GASTROENTEROLOGÍA

La importancia de las primeras bacterias para el bebé

Millones de microorganismos, en su mayoría bacterias, habitan en nuestro intestino y contribuyen a mantenernos saludables. Configuran la microbiota intestinal, que nos ayuda a digerir los alimentos, modula nuestro sistema inmune y optimiza el aprovechamiento energético de la dieta.

La microbiota tiene una transmisión vertical, materno-filial, que se produce en el parto. En un parto vaginal normal, se da una contaminación por la microbiota vaginal y rectal materna. Ese primer contacto con microorganismos que ocurre en el tracto digestivo en el momento de nacer es muy importante para el desarrollo futuro del bebé.

El recién nacido recibe microorganismos procedentes de los alimentos, especialmente de la lactancia materna, pero también del exterior. La alimentación es el factor más relevante en la implantación correcta de esa microbiota; en particular la leche materna es fundamental porque tiene componentes bifidogénicos que favorecen el desarrollo de una microbiota adecuada así como factores de protección inmunitaria. Cuando el niño pasa a una alimentación sólida, la microbiota cambia y empieza a ser similar a la del adulto, pero no hay que olvidar esa variedad existente entre las personas.

 

Concretamente la microbiota intestinal tiene que implantarse en el recién nacido de forma correcta para que se dé un equilibrio -la homeostasis intestinal- que es de varios tipos. En primer lugar es metabólico, es decir, la microbiota nos ayuda a digerir la dieta no digestible por nuestras propias células. Los carbohidratos complejos, lo que popularmente llamamos fibra, no pueden ser absorbidos por nuestro intestino delgado, a diferencia de los carbohidratos sencillos, la grasa u otros componentes. La fibra llega intacta al colon y allí la microbiota intestinal se encarga de digerirla y producir a partir de ella metabolitos, ácidos grasos de cadena corta que son muy importantes para conservar la salud intestinal, fomentar las reservas energéticas y permitir que estemos metabólicamente sanos.

 

La microbiota también sirve para mantener un equilibrio inmunológico, lo que llamamos homeostasis inmunológica. Desde que nacemos, esa microbiota interactúa con nuestro sistema inmune para que este madure, para ayudar a que se forme la capa de mucosa (una barrera frente a los patógenos), estimular la producción de células inmunitarias, evitar la entrada de antígenos. La microbiota recubre la mucosa intestinal y logra ese ‘efecto barrera’. Es un mecanismo de defensa, así que si se altera, disminuyen nuestras defensas. Esta función es extremadamente importante; por eso los primeros años de la vida se denominan ventana crítica. Es un momento en el que si no hay una microbiota correcta o si hay factores externos que la alteran, ese sistema inmune puede no madurar bien y ello, a su vez, derivar en disfunciones crónicas: inflamaciones, alergias.

 

Los niños nacidos por cesárea, por el contrario no reciben bacterias procedentes de la vagina, sino que son bacterias que pueblan el ambiente hospitalario, y no sólo no son beneficiosas, sino que, por la frecuencia de estirpes resistentes a los antibióticos que hay en algunos hospitales, pueden ser un peligro para el neonato.

 

Dr. Juan Sebastián Pereira

 

PRG1240024